Theo

Theo


Está sentada en el bar delante del pocillo de café y escribe sobre una servilleta. De vez en cuando bebe un sorbo y exhala su vapor humedeciendo el escrito. Se ha puesto nerviosa, ahora. Ha dejado el café en una esquina de la mesa y escribe con frenesí. Escribe o algo así. Cada vez que aparece mi nombre en el papel, tacha y tacha. Duele como una trompada en pleno rostro. No sé por qué me dice Andrés si me llamo Theo.
Andrés debería ser alto, bien parecido, de maneras cuidadas y voz de locutor de medianoche. Intuyo que tienen una relación y han discutido o algo porque le lagrimean los ojos y quizás por eso no se da cuenta de que yo no soy Andrés. Yo soy Theo. Tampoco sé la razón por la que estoy metido en su cabeza haciendo como que hago una novela cuando, en verdad, si pretendo adelantarme en la trama, me hace una zancadilla y vuelta a cero. Y otra más: no soy Andrés, soy Theo. T h e o.
Lleva diez minutos propinándole puntazos de birome a mi nombre. Yo quiero gritarle que me llamo Theo pero es inútil: dando pequeños hipos de llanto, hace un bollo con mi vida y la tira sin miramientos al piso del salón.

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