Ta-ta-ta

No quiero hablar de los pájaros y no deseo por nada del mundo volver a repetir la palabra ‘pájaro’ ni en singular ni en plural, ni sustantivo común ni en colectivo, o tren o cualquier otro vehículo de comunicación.
He descubierto que avisados agentes de turismo planean excursiones para el avistaje de los ta-ta-ta, mientras altos investigadores dedican su vida a clasificarlos por color, tamaño y hábito, y no olvidemos su necesidad de descanso tras algún imponente viaje migratorio, o similar.
Sobre todo, que son seres bellos –total, están allá arriba y no molestan en absoluto a los que estamos aquí abajo, parece, a menos que entren en la habitación, sobrevolando todo tipo de objetos, o hagan estallar un vidrio de la vivienda, pienso.

Ni hablar de los escritores, en particular los que hacemos poesía, quienes alguna vez hemos supuesto que el aire donde transcurre la vida de un ta-ta-tá, es liviana y pura y que sus alas están revestidas por la aureola de la espiritualidad más elevada según el decálogo del buen decir –prueba de ello son los títulos de decenas de libros que ubiqué gracias a Internet: ‘Memoria de…’, ‘Llueve un…’, ‘Sospecha de…’, ‘Árbol, ta-ta-ta, piedra, etc.
Una excepción a la regla, el terrorífico y original ‘Los ta-ta-tá’ de Daphne du Laurier, llevado a la pantalla. Sé que el lector lo sabe bien sabido, pero no resistí la tentación de recordárselo.
En fin. Nada. No. Nada.

Un ta-ta-tá es un ta-ta-tá. Un animalito que circunda nuestras cabezas y da origen al dicho ‘andar volado’ o ‘pensar en ta-ta-titos’, referido a poner los pensamientos en otra parte.
Algo así como en Pájaros volados que me publicó Alción Editora en Córdoba, 2024.

He colgado del clavo una ciudad
de luces bajas y doncellas leves.
El peso recae en la pared
donde entra y sale el mundo.
Es que lo dicho aquí,
devuelto al aire,
es puro fisgoneo
entre pájaros volados.
*

Otras publicaciones