Entre ángeles
Eran dos ángeles blancos luminosos, maravillosamente blanco y aterradoramente bellos y ángeles para colmo y por más que quise acercarme no pude distinguir sus caras. Observé con miedo que nadie se había dado cuenta y yo, por un pelo, cuando alcancé a pasar entre la gente y los paquetes, para eso son las navidades y le pisé a uno de ellos su vestido. No le pude ver las caras, se lo juro y dije mal: vestido no. Si alguien me hubiera preguntado cómo me imaginaba yo a los ángeles, hubiera dicho con una túnica y dos alas en la espalda. Pero no, señor. Estos dos ángeles tenían huesito puro. En realidad, y ahora que lo pienso, lo único que se les veía y bien visto eran los huesos, unos más arriba, otros más abajo, pero huesos al fin como los de nosotros. Plagados de huesos. Lo que había pisado sin darme cuenta era una especie de halo radiante que los envolvía, sospechando que eso podía ser el alma de la que tanto hablaba el cura de la parroquia, yo me quedé tan pasmado del descubrimiento que, en fin, no he venido acá para entrar en detalles. Por supuesto que me recompuse de la sorpresa inmediatamente para comprobar que los ángeles, a pesar de ser de alma y hueso, podían transitar a nuestro lado tan visibles o invisibles como les gustara, en este caso, en un vulgar colectivo que nos llevaba al tío Camilo y a mí hasta el centro, aunque el tío Camilo nada había notado de raro en los extraños pasajeros menos con la mufa que tenía como para pensar en los ángeles porque tío Camilo me había dicho: ‘Vamos al centro, pibe y te elegís un lindo juguete para vós. El más caro, que hoy paga tu tío, ¿me entendés? El más lindo. El que más te guste. Dos. Dos juguetes. Todos los que querás, che pibe, porque el tío Camilo es rico hoy y te lo quiero regalar’ lo dijo riéndose con enormes carcajadas fuera de su costumbre de andar siempre con el ceño fruncido, siempre jetón y yo sabía que era muy feliz en ese momento porque había tomado el vino para las ocasiones, usted comprende, y me sacó a las carreras de la casa ‘pero que nadie se entere. Va a ser un secreto entre vós y yo, pibe’ y yo también fui muy feliz porque nadie antes me había confiado ningún secreto, es más, cuando venían los socios del tío Camilo, me encerraban en la casucha del fondo ‘No son cosas para vós’ me alentaba el tío y ellos hablaban en voz muy baja como si hubieran tenido miedo que alguien los escuchara y a veces se reían y tomaban vino, pero del común nomás, sabiendo que hasta que ellos no se fueran, yo habría de permanecer encerrado en la casucha, a veces, hasta el día siguiente porque era allí donde armaban el próximo trabajo que era cuando sabía soñar con los ángeles de las vidrieras, con las dos alas y los ojos brillantes, bazofia pura porque ahora sé que los ángeles de veras no son así. Los ángeles de veras no se ríen con cara de vacas tristes porque ni cara tienen, sí un halo radiante lleno de luz, lleno de tantas cosas que parecen una vidriera de esas adonde el tío Camilo me llevaba para comprarme un juguete. De todos los amigos de mi tío, el Huaso era el que más se parecía a los ángeles, aunque yo no lo quería igual. Es decir: lo odiaba. A todos, pero el peor de ellos era el Morocho que tenía unos dientes de perro bravo y aquel día me dio una patada en las canillas, está bien que estuviera nervioso porque iban a hacer el trabajo de las fiestas que era el más provechoso y yo pensé que me las cortaría en dos aunque en ese momento yo estaba tan feliz al lado del tío Camilo que no se había dado cuenta de los ángeles y le pedí un veintidós, chico nomás, para qué quería de más calibre y el tío Camilo se enojó conmigo y me dijo idiota, un juguete, o vós no sabés lo que es un juguete y yo le repetí que lo que deseaba de verdad era un revólver para matarlo al Morocho porque ese día me había dado una flor de patada en las gambas y yo no me olvido así nomás de las cosas y el tío Camilo me sacudió un manotazo en la cabeza que hasta hoy me siento mareado como si hubiera tomado el vino para las ocasiones y me gritó animal tarado estoy fajado en guita y voy a regalarte un juguete, hacer de reyes o el Noel ese como se llame porque es la Navidad y cuando volvamos vamos a comer a lo rey, eso me dijo luego y para qué, si lo que yo quería era un bufo como el que él llevaba siempre a la espalda mientras los ángeles de hueso que se levantaban majestuosamente, sin hacer un solo movimiento en falso y caminaron despacio hasta donde estaba el conductor y le encañonaron con una matraca de calibre gordo y le decían andá parando, pituco que esto es un asalto. El pasaje en silencio y dejen las chirolas en el piso, rápido, y yo le vi la cara de terror al tío Camilo, igualita a cuando iban a hacer los trabajos con el Negro, el Huaso y los otros, y se agarraba del bolsillo con una mano y con la otra quiso sacar el arma, pero ya uno de los ángeles se había apurado a quitársela mientras disparaba de verdad. Usted sabe, y ya caído lo revisó todo delante de mí, no dejó nada, señor, sin revisar ahí me di cuenta que era cierto, que el tío Camilo estaba bañado de billetes rojos y verdes, se ve que el trabajo de la semana pasada le rindió bien, pobre tío, le salía sangre verde y roja por la boca pero ya el ángel que encañonaba al conductor se asustó por el disparo y la gente que gritaba a más no poder y dijo apurate imbécil, escapemos, y el que baleó a mi tío Camilo se iba con las manos llenas de sangre y yo tenía unas ganas de llorar de rabia, señor comisario, porque si el tío Camilo me hubiera hecho caso, con el calibre 22 al tipo ése, aunque haya sido un ángel, lo fundo ¿no?