El Guardián

El Guardián

¡Están de lindos los choclos con los bracitos abiertos y el vello fuerte dorado para hacerle la peluca a una reina!
Parejitos, en fila y yo subida en la colina para verlos sonreirse desde arriba. Y él. Y vos, de pie, camisa a cuadros y ojos grandes, nunca me mira, me dan ganas de decirle mirame, amor, mirame, pero él se vive y se muere asoléandose con los choclos y a lo lejos los tomatales.
Mirá cómo te ladran los chacales porque sos pobre y te toca amanecer parado, pero me gustás así, te digo.
Porque te quiero, porque fuiste el más guapo del verano y no hubo un pájaro que te llevara los granos, porque no escuchás lo que te estoy diciendo, qué vas a escuchar si está muy lejos la colina de tu sombrero. Pero lo veo todo, todo. No seré dios, pero lo veo todo desde esta colina del sol montada en la nube de la primera mañana.

Vos no te acordás de aquella vuelta en que te quise ver de cerca, llegué cantando la canción que mejor conozco y me amainaste igual que a un ladrón de quinta. ¡Yo no te iba a robar los choclos! ¡Si sólo te quería ver de cerca!
Los brazos abiertos no eran para mí, se ve.
¿Y cuando lleguen los otros? ¿Cuándo se carguen los canastos al hombro y te dejen solo como a un lechuzón viejo y nocturno?
Ahí me da la tristeza. Vos no te merecés la soledad.
Con los fríos del invierno te tumbó una tormenta, lo vi, lo vi todo porque estoy en la colina desde hace dos cosechas. No te voy a decir que no esté un poco vieja, ya, pero el amor no tiene edades, lo dijo el capataz de la peonada esa noche que te recogieron arrugado por el frío o la lluvia y te llevaron al rancho. El capataz la miraba a la niña Clarita cuando lo dijo. ¡Hay que ver si vos me miraras así una sola vez, te digo!

No volviste. Te estuve esperando entre una ramas raíces cueva, vaya a saber qué era para no morirme helada de hambre de miedo, pero quería creer mañana, mañana, mañana. Entre creer y pasar las noches largas se me iba haciendo el tiempo, y mis hermanos habían viajado ya, esquivando las ventiscas, acurrucada doliéndome más tu ausencia que las propias ganas de vivir, mañana, mañana.

Y con la mañana de aquella mañana, vinieron los arados, el ruido de los hombres y la yegua ¡eah! ¡eah! ponga arado, ponga semilla, los duraznos cargados de perfume oliendo a botones abiertos por todas partes, las puntitas verdes del otro lado del caserío, mañana.
Tanto quería creer mañana, que luego llegaste en el carro por el camino nuevo escoltado entre dos. ¡Ni que te hubieras querido escapar!
De la alegría nomás me creció una plumita nueva, amarillita como las barbas de tus choclos y te canté otra vez bienvenido amor, bienvenido. Pero vos seguís con los ojos fijos, guardián camisa a cuadros y los brazos abiertos para espantar los picos y los trinos.
Lo que me da por pensar a veces es que si no fueras tan celoso de tu trabajo, amor, dejarías a esta pajarita posarse en tu palo de escoba para decirte te quiero. Te quiero.

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