Alguna vez comenté ese artículo firmado por Eduardo Gudiño Kieffer acerca del libro y me encantaría poder transcribirlo completo porque habla de la pasión que ponemos cada escritor ante ese objeto, hoy, de culto (y de lujo, por qué no) pero ahora sólo voy a insistir en algunos de esos conceptos. Dice: un libro se hace con los ojos, con los dedos, con la cintura, las caderas, la piel y hasta con las vísceras. Esto es, que un libro se hace con el cuerpo.
Verá el lector que decir ‘un cuerpo’ es decir muchas cosas y pensar en ello parece
(Paréntesis: se me ocurría escribir la palabra fruslería, pero voy a escribir bobada, tontería, pavada, sonsera, nadería, nimiedad… No, nimiedad es muy esporádica, infrecuente, académica y desconocida por la mayoría de personas que pueblan este mundo y seguramente muchos otros)
…absurdo en una época en donde el cuerpo manda y la persona
(Paréntesis: se me ocurre escribir ‘hace los mandados’, pero voy a escribir obedece, acata, se subordina a ser el más alto, bajo, delgado, musculoso, proporcionado, nutrido, balanceado, saludable, bueno… sobre todo el más)
…se condiciona ante cualquier dictamen del marketing o de quien grita más fuerte.
Continúo: esto es, la gran verdad que Gudiño Kieffer nos transmite, no sólo aplicable al libro. Hoy en día cada persona habla su abecedario a través del cuerpo y lo importante –muy acertado ahí, pienso– es que la persona es una unidad: artes y partes distintas que se mueven o accionan con un objetivo común. Lo entero. La unidad.
La unidad.
Hoy, indispensable.