“Partes de Guerra”, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1994.
DESPERTÓ. EL BRAMIDO DE LA TURBA LO FUE EMPUJANDO, LO FUE EMPUJANDO, LO FUE EMPUJANDO.
MIENTRAS IBA A SEGUIR PASAR QUERIENDO, CREYÓ ESCUCHAR DECIR SILBANDO UNA ROMANZA ANTIGUA.
Y EL BUHO HABLÓ DE ESTA MANERA:
La turba había robado.
La turba había matado.
La turba se había maldecido hasta la eternidad. Y, sin embargo, de no haber sido por el colorido festejo de las comparsas y la música brincante de las bandas, me hubiera quedado dormido en el poste.
No pude hacerlo: avasallando el alambrado y forzando tranqueras, junto a la turba primero pasó el viento, y luego una dama de rubio y después la del tapado rojo y la que llegó del lejano país, atravesando el mar.
Atrás, por encima y hacia nunca, la turba arrasaba los granos caídos y los lamentos de los paralíticos y los que raudos como ave en vuelo, arrancaban raíces de la tierra hasta que en el polvo no hubo más que polvo, harina de planeta, nada.
No obstante, continué parado sobre el poste, inerme.
Sólo que un día, preso del aburrimiento de la tal costumbre, remonté en breve giro; comparsa y turba; turba y comparsa para volver a asentarme; reflexionar con calma y calmar mis dolores.
Y vino el día.
Y vino la noche.
Y vino el verano.
Y vino el invierno.
Y como ya estaba aburrido hasta de morirme, olvidando a la turba, me inventé una peluca roja; me puse un tapado de rubio y marché a unas Jornadas Muy Bonitas que tú, obviamente, ni querer seguir salir sabiendo; por si bien desear sufrir andando; recordar dolor volver temiendo; a los autores olvidando.