“Las Aventuras Urbanas del Sr. Guestos”, Editorial Sanjuanina, San Juan, 1975.
En este libro cobra vida un personaje de papel cuyas aventuras y experiencias -tan surrealistas como vitales- transcurren entre hoja y hoja de cada capítulo.
Las Aventuras Urbanas del Sr. Guestos, de 1975, está dedicado a uno de mis más queridos maestros: Macedonio Fernández.
El Sr. Guestos
El Sr. Guestos no se arrepintió nunca nunca de haber entrado en ese lugar. La lluvia caía graciosamente a baldazos y la gente, presa de un enloquecimiento repentino furioso descontrolado, se dejaba tragar por los ómnibus, taxis, techos y garages a la vista. Al mismísimo Sr. Guestos se lo tragó un café al paso.
-¿Se sirve, Sr.?
‘Hongos electrocrudos con podícalos desecados’ dijo y tomó un lugar en la silla en la mesa en el café en la ciudad: quería mirar
mejor la lluvia, alcanzó a pensar ‘De modo que no la llaman. Cae sola.’, sin dejar de atender el fenómeno y la gente comenzó a ralear en las calles, el agua comenzó a subir por las veredas y todo hacía suponer que tenía que comenzar a comenzar algo, porque el dueño del café invitó a los clientes a ocupar las mesas como medida de seguridad.
Pocos habían: un par de enamorados que no dieron cuenta de nada; un jovencito que leía el diario con prisa, lo cerraba, volvía a abrirlo, leerlo, cerraba, abría, leía, cerraba, abría, leía el diario; tres individuos con maletines negros y anteojos color salmón; una mujer mayor sin señas particulares, salvo el anillo de su mano izquierda que ocupaba todo el pocillo de vermes con crema que holgazaneaba entre el azúcar, la cucharita y las servilletas.
De repente y sin aviso, un golpe de viento abrió en dos las puertas y la mujer del anillo dijo ‘subamos’; el agua invadió los zócalos, baldosas y colillas del día anterior que aún rondaban por el habitáculo y sin otra alternativa que meterse, se metió nomás, como en su propia casa. ‘Sra., usted primero’ y el Sr. Guestos hizo una leve inclinación de cabeza.
El triunvirato salmón optó por el mostrador; el jovencito trepó por un pilar gordo como un fideo y se tapó los ojos con el diario; los enamorados, acurrucados en un tubo fluorescente, oscilaban entre pequeños y mágicos hacecillos de luz artificial. Todos los rostros se mantuvieron a la expectativa en tanto un individuo color salmón hizo el acostumbrado comentario sobre el tiempo y el siguiente contaba un desastre hídrico acaecido en no-recordaba-dónde y que leyera hacía poco en un diario. El jovencito, dando muestras de opípara alegría, abanicaba el suyo ‘sí … es éste … acá … acá está …’ aunque calló al minuto, ruborizado tanta vergüenza le dio estar leyendo un diario de hacía poco.
‘¿Qué otra cosa dice?’ preguntó el dueño del café. ‘Na … nada … bueno, dice que hasta mañana es el plazo de las paritarias’, el agua había tapado las patas de las sillas y éstas, independientes de la madre gravedad, amenazaban rozar el borde de las mesas. ‘Qué país, dios mío, qué país’ dijo la mujer del anillo mientras usaba la cabeza del Sr. Guestos de trampolín hacia el pilar del jovencito ‘muéstreme, a ver, no puedo creer que hasta para éso den un plazo’.
El Sr. Guestos pudo oirla. Lo que no pudo hacer fue reirse porque de acuerdo con leyes incontrovertibles de acción y redacción, se vio despedido violentamente en dirección a los enamorados y el galán de la pareja le dijo entonces que era un oportunista, que el tubo les pertenecía y sin orden judicial no podía penetrar en el sagrado recinto del amor. La muchacha decía ajá, claro, sí, muy biemn, aplaudiendo frenética la oratoria de su enamorado, y el irreverente tuvo que ir a parar de nuevo a la mesa que tambaleó, coleteó y en lo mejor del espectáculo, el Sr. Guestos se decía a sí mismo glub glub y a mí quién me salva. ‘¡El Maletín!’ ‘¡Los Maletines!’ gritaban los individuos ahumados, aunque el agua los arrastró quién sabe dónde. Por acá glub glub por acá. El jovencito se desprendió la camisa. ¿Tiene gemelos? El Sr. Guestos dijo que sí. ¡Trate de arrimarse al pilar! ¡Ahora ponga los gemelos cerca de los botones de la camisa, están imantados! Así lo hizo y la mujer del anillo parecía Tarzán de la Selva dando pequeños grititos de emoción ‘¡lo consigue!’ ‘¡lo consigue!’ … y lo consiguió. El Sr. Guestos se prendió con uñas y dientes al pilar del jovencito ‘Cuente, diga, qué cosa más dice su diario’ el jovencito se infló de orgullo y dijo ‘un asesinato’.
Los individuos tuvieron que encaramarse en la estantería del bar porque el agua había invadido el mostrador, suerte que había dos barriles vacíos y sortearon la moneda, quedó el de los bigotes y los otros salieron en la curiosa embarcación por el ventanal que daba a la calle en dirección al océano urbano. ‘¿Qué se ve por ahí?’ preguntó el dueño del café. ‘Agua´contestaron y fue lo último que supieron de ellos. El agua los llevó ciudad abajo, seguramente.
‘Somos los sobrevivientes del diluvio’ comentó la mujer del anillo. Tiene razón, Señora. Prosiga jovencito, qué más lee Ud. en su diario. ‘Un secuestro’, no, más abajo, otro asesinato, lo de la esquina, jovencito, lo de la esquina, aumenta la tensión entre prichica y truchuca. ‘Oh, por dios’ déjelo usted a dios en reposo, mi señora, siga, siga. Un robo. Aumenta la nafta, el pan, la leche, los médicos hacen paro, los municipales, huelga, Correos alerta a su personal, los transportistas …
El Sr. Guestos se impacientó. El agua había entrado sospechosamente por la botamanga de su pantalón y del individuo ahumado sólo se veía por transparencia el color de los anteojos.
Busque, las otras páginas, apure, hombre ¡apure! Fúnebres. No. deportivas. No. Ramona. A ver qué dice Ramona. ¡Jo! no, tampoco, ¡Siga, por lo que más quiera!
La mujer subió dos centrímetros más arriba porque el agua le había entumecido las rodillas y los enamorados empezaron a percatarse de alguna anormalidad. Miraban el horizonte líquido. ¿Sabes nadar, amada? Sé. ¿En qué estilo navegaremos hacia la inmensidad para sumergirnos en nuestro propio destino? Sea como tú digas. ¿Espaldas, tal vez? Podremos mirar de cualquier forma el cielo … el techo. Tiene dos rajaduras. Tres, amado. tres, amada. Qué bellas rajaduras. bellas, ciertamente.
El agua tenía agarrado al Sr. Guestos por la cintura y amenazó voltear el pilar de fideocemento. Y ahí, qué dice ahí. El jovencito sostenía entre los dientes una esquina seca del diario de hacía poco. Aviones rosagodos bombar … no hay caso, se ha mojado … dijo con desaliento y cansado de estirar los brazos. ¡No claudique! ¡No claudique! ¡LEA! ¡LEA SIN PARAR! ¡No claudique! El agua les caminaba por bronquios, bronquiolos y bronquiolillos y el joven, en un desnaturalizado arranque de humanidad creyó reventar por fin. Y reventó.¿Qué quiere Ud. que le diga! ¡Me siento como un plato de sopa lleno de letras y usted quiere que siga leyendo! ¡ESTÄ LOCO! ¡¿QUÉ ES LO QUE QUIERE SABER?! ¡Diga! ¡Diga! ¿La fecha, también? ¡TOME. VÉALA POR UD. MISMO: VEINTE DE AUGUSTUS del 15 dos 38 millones. ¿CONFORME?!
El Sr. Guestos sonrió en la medida en que las encías le parapetaban la entrada del agua. ‘Conforme’ d i j o i n c l u s o. –