Este relato figura en ‘Partes de guerra’ editado por Ediciones Corregidor, Buenos Aires, en 1994. Me acordé de él porque hay muchas hojitas en la vereda de mi casa, y estoy esperando la llegada del viento del sur. Es el que limpia, dicen.

‘Parte 1’
‘La guerra había comenzado dos meses atrás, casi sin darnos cuenta. Total que era otoño y pareció natural que el viento colara las hojas por las hendijas de las persianas, o se arracimaran en los desagües y bocas de tormenta.
Los árboles de las aceras se veían desnudos y aunque varias veces nos preguntamos cuándo dejarían de caer, las dejábamos allí porque ese año era un año de seca y las lluvias no vendrían sino hasta la primavera siguiente.
Por la noche era distinto. Por la noche todo era
terror y silencio y el mundo quedaba quieto, a la espera del amanecer, que era cuando volvían los vientos. Aportaban otra capa de hojas y llega¬mos a imaginar que vendrían de calles próximas o más alejadas, sólo que en las calles más próximas y más alejadas suponían que llegaban de otras calles.
La ciudad cobró un extraño color amarillo y marrón, jamás nos preguntamos «por qué».
Hasta la noche de los supermercados. Hasta que el día vino después de esa noche y todos los otros días que le siguieron, o sea cuando nos dimos cuenta que la guerra estaba con nosotros, como las hojas.
Como los vientos que las colaba por los rincones de las casas.
Como las hendijas que comenzaron a abrirse para permitirles la entrada.
Y los picaportes que bajaron solos, liberando pestillos y admitieron que el viento tórrido les diera paso.
Y las habitaciones que se cubrieron de amarillo, de amarillo.
Y los armarios.
Y continuaron entrando como una legión organizada.
Y se nos pegaron al cuerpo, paralizándonos.
Y las hojas siguieron siguieron
Y las hojas me tap’
Por las dudas, palita, escoba y bolsa para residuos.’