“Cambio de Ramo”, Alción Editora, Córdoba, 2020.
Por fin ha llegado ‘Cambio de Ramo’ mi nuevo libro de cuentos breves y brevísimos.
De él dice una lectora: ‘Un terremoto, las manos de Eurídice, Marilyn la perra, la hermana menor, el sueño de la cartera del terapeuta o la gata suicida: Liliana Aguilar entrevera en estos cuentos el humor, lo anecdótico y lo autobiográfico, creando un ramo de personaje insólitos, tiernos y a la vez reconocibles.’
Creo que es cierto . Espero de corazón que lo disfrute. Gracias.
‘Sonrisas’
‘Último día de trabajo. A partir de hoy ya no volveré a mi lugar de siempre. Bromas, algunas lágrimas, consejos, premoniciones. Sonrío. Chau. El regreso a casa. Jubilado.
Ahora veo el color de los árboles e intento adivinar si primavera u otoño. Ya sé que no, porque la tarde está demasiado amarilla. Verano tampoco. De serlo, el mundo estaría tomando sus baños de sol en el río. No. O sí, pero en otro lugar, porque río, sol, sombrilla, helados desaparecieron de mi almanaque un día infinito de una noche cierta. Sonrío nuevamente.
Los vehículos pasan a mi lado pero no los escucho. Acabo de inaugurar otra etapa, dicen. Respiro hondo y sonrío. Hoy, mis oídos sólo están abiertos para la belleza en todas sus formas posibles. Camino. Voy caminando y sonriendo hasta detenerme en la cafetería de Don Amílcar. Durante treinta años ha sido mi soporte a la salida del trabajo. Pienso que seguiré viniendo pero no sé porque está lejos de mi casa y no sé, ahora, de verdad. Acentúo la sonrisa y tomo asiento en una de las mesas, justo a la par de otra persona que ocupa la de al lado. Tiene más o menos mi misma edad. Don Amílcar me acerca el pedido. Yo no hago más que sonreír y sonrío. Sonrío ya en estado de shock. El hombre a mi lado hace plafplafplaf. Me emociona su consideración. Me emociona y sonrío y sin dejar de sonreír se me escapa un gesto de agradecimiento por este desconocido que está aplaudiendo mi presente, mi libertad, mi gran escape. Sonrío más y mejor. La vida es ancha y satisfactoria. Y otra vez. Y otra vez.
El sujeto aplaude sin descanso en cada una de mis sonrisas y al fin me pregunta en qué trabajo. De esto, digo. Y sonrío. Plaf, plaf, plaf.
–¿Y usted?
–De aplaudidor –me dice y aplaude.
Don Amílcar trae los vasos para el brindis. Una lágrima de pura tristeza me cae por el rostro.