Autóctono de ambientes cordilleranos y, justamente por aparecer en un lugar tan contrario a su naturaleza, me admira el esfuerzo de este cardo por permanecer en mi patio, un espacio embaldosado de tres por tres.
Por tres, que es la altura de la tapia que me separa del vecino y que, con seguridad, es lo que lo mueve a averiguar si el sol existe en mi planeta de veinte metros cuadrados: habitación, baño, cocina. Y patio. Con cardo, habitante soledoso que ya alcanzó la altura de la habichuela mágica y acaba de florecer.
De lo que aquí en más suceda allende el vecindario, ignoro, pero voy avisando: el viento dispersa las plumudas semillas y ya encarnado en tierras ajenas del allá y el más allá –loados sean brisa, ventisca o tornado–, hará lo que por naturaleza hacen las espinas: pincharán, hincarán, lastimarán y hasta podrían asesinar… caso que soplando y soplando dieran con vecinos parranderos puntualmente hoy, mitad de semana, 3 am, tremenda celebración a Baco, cuando mis orejas navegan en el infierno y soplo, soplo, pues. Que Mandinga haga lo suyo.
Nota: la imagen es tomada de la web.